Muchas veces he querido detener mi vida. Recuerdo muchas películas en las que esa fantasía se plasmaba mediante la capacidad de detener el tiempo, retrocederlo e, incluso, cambiar el presente con una acción inocente. Back to the Future era de mis favoritas. En ella, el protagonista viaja accidentalmente al pasado y cambia un solo evento: logra que su padre confronte a su agresor, Biff. Ese pequeño cambio transforma su presente. Su padre, antes temeroso y sumiso, se convierte en un autor publicado y con carácter. La dinámica familiar mejora: sus hermanos son más seguros y exitosos, y el entorno económico también cambia.
Este tipo de películas las veía una y otra vez, fantaseando —frustrada e inútilmente— con la posibilidad de cambiar mis circunstancias.
Si el pasado no podía ser cambiado, entonces quería, definitivamente, no vivir el presente. Quería abstraerme de él, estar y no estar, pasar por las situaciones en automático.
Cuanto mayores son las ganas de resistirnos a ir con la vida, más intromisiones hacemos —a modo de pataleta y reproche— para no participar en ella. No te confundas, lector: somos tan inteligentes, incluso para lo malo, que este proceder se va arraigando, lenta y silenciosamente, en nuestros pensamientos, en nuestras acciones, en las emociones que nos invaden. Poco a poco, con la paciencia de un depredador, te consume hasta que se vuelve parte de ti y entras en un círculo interminable del que te quejas, pero del cual no puedes salir.
El autosabotaje pasa desapercibido, sobre todo al inicio. Es ese actuar morboso, repetitivo, ritualizado en contra de uno mismo. Es moverse en los escenarios de tal manera que, sin importar cuán desordenadas estén las piezas, siempre terminan en el mismo lugar. Qué frustrante…
No importa por dónde empecemos, hacia dónde nos dirijamos, ni cuánto cambiemos lo exterior. Si queremos sabotearnos, encontraremos la manera de que el ciclo se repita, una y otra vez… mientras la vida pasa. Pasa para los otros, pasa en sí misma, pasa mientras nosotros nos estancamos.
Autosabotearnos es, aunque parezca contradictorio, herirnos para permanecer en el mismo lugar: el lugar doloroso, el que nos aterroriza, el que creemos merecer, el lugar seguro, el lugar conocido… Sí, lector, nos saboteamos porque puede doler, pero es cómodo. Porque el aguijón que sentimos se vuelve costumbre y es, de alguna manera, una forma de vivir.
El problema es que, cuando queremos cambiar nuestra manera de hacer las cosas, cuando estamos ya cansados de ese repetir y repetir, nos resulta irresistible abandonar los viejos hábitos. Recaemos, como un adicto al consumo, a una droga, a eso que necesitamos para vivir, porque se ha convertido en una forma de vida…
Lector, romper las cadenas del autosabotaje es uno de los procesos —sí, procesos— más complejos. Si tuviera que darte consejos, solo puedo compartirte lo que a mí me ha servido, lo que he recopilado en mis propias batallas. Pero déjame advertirte: no deseo ser tomado como un gurú, ni hablar desde un lugar libre de malestar. Las heridas siempre están. Y como leí una vez en Rilke, en Cartas a un joven poeta, el aprendizaje no está exento de dolores, y superar una adversidad no nos protege de enfrentarnos a nuevas.
Primero, lector: estate siempre alerta. Alerta y con atención a las salidas que usas; esas, seguramente, serán tus maneras de sabotearte.
Si estás alerta para identificar tus formas, ten el coraje de detenerte, de pausar. Sin pausa no podemos cambiar. Sin pausa, el carro avanza, se vuela la escuadra, y provoca un nuevo choque. Detente a observar: el entorno y a ti. Detente a ver cómo estás reaccionando. Detente a mirarte. Detente a visualizar las consecuencias de lo que estás por hacer.
Es probable, lector, que al detenerte uses toda tu energía para convencerte de seguir igual. Que te digas: “¡al carajo!”. Es posible… por eso, vuelve una y otra vez a este proceso que te sugiero.
Cuando te resistes a decir “al carajo” y a mandar tu vida nuevamente al abismo, empieza el cambio. Te das cuenta de las nuevas opciones, tus opciones, esas que puedes observar, que puedes considerar.
Pasamos a la acción, lector. Es importante actuar. Si has llegado hasta aquí, si sabes esto de ti, pero no actúas, ese conocimiento no nos sirve para nada. Actúa, lector. Actúa para crear el nuevo hábito. Actúa para construir tus rutinas. Actúa para cambiar.
Actuar es la decisión que manifiesta tus ganas de ser diferente, tus ganas de empezar a ser de otra manera.
Lector, en mi caso, las películas que proyectan ese deseo humano de cambiar mágicamente el destino ya no me gustan. Pero eso no quiere decir que mi necesidad de detener el tiempo haya desaparecido. Vuelve. Pero ahora, la observo y me detengo en cuanto visualizo que ahí va ese impulso destructivo que me acompaña, ese que quiere verme tirado, para decirme frente al espejo: “No te lo mereces”, “Eres insuficiente”, “No eres nada”… Sí, las palabras más duras vienen pronunciadas por nuestros propios labios.
Y aunque es desgarrador no ceder a los antiguos hábitos, aunque la ansiedad de lo desconocido aparece, y aunque me siento desamparado en un camino que no conozco, paradójicamente, estoy tranquilo…
Tranquilo por ser honesto conmigo. Tranquilo por permitirme, aun a pesar de todo. Tranquilo, lector, porque he aprendido a reconocer dónde está mi paz.
Psicólogo Clínico y docente universitario. Terapeuta con más de 10 años de experiencia.
Enfoque humanista existencial.
Cofundador Fundación Psicólogos Unidos