Cuando me pidieron que escribiera acerca del duelo pensé que sería fácil por el tiempo que he estudiado el tema y la experiencia que tengo acompañando en personas que lo atraviesan. No obstante, al enfrentarme a la página en blanco, y repensar lo que quiero transmitir, no es nada fácil hablar del duelo.
¿Por qué no es nada fácil? La literatura científica, mediante los aportes de Elizabeth Kübler Ross, ha insistido en que el duelo consiste en la reacción a una pérdida, sea de un ser querido o un objeto que consideramos valioso. Esta reacción consiste, propone la autora, pasar por 5 etapas:
Negación, caracterizada por ser inmediatamente a la pérdida e implica un momento de embotamiento y abstracción en ti, en la negación se reduce o anula la importancia del suceso para ti, en otras palabras, existen intentos firmes por tratar de hacer que no sucede nada.
Ira, posteriormente surgen sensaciones de impotencia ante el suceso, aparecen cuestionamientos hacia lo que pudiste hacer o no. También, aparece la necesidad de encontrar las causas de lo sucedido se señalan culpables, sea culpables sea tú o los demás.
Negociación. Surge el deseo imperioso por tratar de que las cosas sigan como antes a lo que surge mayor frustración por no poder hacerlo, es decir, aparecen fantasías del tiempo pasado mientras que la realidad, con su crudeza, expone la verdad en la que vivimos.
Depresión. En esta etapa durante el duelo dejamos de imponernos a la realidad y empezamos a poder entender que lo perdido no está, el empezar a reconocer la pérdida puede llevar a perder la iniciativa para cosas que antes disfrutábamos y desesperanza hacia el futuro.
Aceptación. En la aceptación se entiende lo perdido dándole un sentido nuevo que permite continuar la vida, es a lo que Stephen Fleming llama pasar de perder lo que tenemos a tener lo que hemos perdido.
Si bien, el pensamiento científico nos ofrece una dirección y explicación que nos ayuda a entender el duelo, lo cierto es que cuando sufrimos una pérdida, sea una persona o algo que es valioso para nosotros, no se siente y tampoco se vive como un conjunto de reacciones organizadas en etapas medidas dentro de un tiempo específico.
La cultura en la que vivimos (Barranquilla-Colombia) también intenta ofrecernos una forma de transitar el duelo, sobre todo desde la religión. En la Biblia existen pasajes dedicados a esta experiencia humana que dan una guía a las personas que se encuentran afligidos por sus pérdidas. En Salmos 42:3 el salmista describe su sufrimiento “Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche, mientras me dicen todos los días: ¿dónde está tú Dios? En 2 Samuel 18:33 se encuentra también una alusión al duelo y su expresión en el rey David por la muerte de Absalón: “Entonces el rey se turbó, y subió a la sala de la puerta, y lloró; y yendo decía así: ¡quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalon, hijo mío, hijo mío!”. Ambos pasajes describen la aflicción que sufrimos cuando perdemos aquello que amamos, resaltan la importancia de expresar lo que sentimos y la incomprensión que podemos experimentar, tanto a lo que estamos sintiendo como la que podemos recibir de los demás.
En la literatura, también podemos encontrar diversas formas de describir las pérdidas. Valentín Corona en su libro Erase una vez el amor, pero tuve que matarlo (2001) nos describe su sufrimiento ante las pérdidas por amor. Resalto algunos apartados como “El amor golpea más fuerte que Tyson, se mueve mejor que Alí, es más rápido que Ben Johnson dopado. Aunque calces 48, el amor puede tirarte al piso y hacerte rodar hasta que no quede un pelo en tu trasero. Para que te hagas en los pantalones, al amor le basta un suspiro.” y “Estuve intentando un tiempo, pero ya sabes que cuando el amor se apaga, es más frío que la muerte. Lo malo es que los dos extremos no se apagan al tiempo y cuando eres el extremo que sigue activo más te valdría estar muerto”. Finalizar con una frase que analice un poco o que sea como una mini conclusion.
Kolesnicov en su biografía acerca de su cáncer de mama nos muestra el dolor que causa perder algo que es valioso, en este caso su cabellera: “el dolor del pelo es el de la enfermedad, el de la vulnerabilidad. Es una amputación que me salió barata. Es ver que mi vida tiene – y lo tiene- un punto de inflexión no elegido. Ese dolor no lo mata ninguna peluca discreta”.
Estos aportes nos muestran que establecer una forma de vivir las pérdidas reduce e invalida las distintas maneras en que podemos sufrir y hacer el duelo a lo que valoramos. Entonces, los postulados científicos aparecen para tratar de explicar aquello que es desconocido, pero en ningún momento corresponden a la verdad absoluta frente a nuestro padecer; la literatura, la religión, la música, por ejemplo, ofrecen una visión diferente para entender el padecer, pero al igual que la mirada científica, no es una forma que se imponga.
Dicho esto, tenemos distinta información que nos puede guiar y orientar durante nuestro camino, y es en el tránsito del camino que vamos labrando en donde descubrimos qué hacer con nuestro dolor. Mientras descubrimos qué hacer, tendremos avances y retrocesos, momentos confusos, desearemos estar con otros y estar solos, recordaremos el pasado deseando con nuestras fuerzas traerlos al presente; mientras que otros días, veremos nuevas opciones y aunque siga doliendo, tendremos esperanza en el porvenir. Todo esto hace parte de descubrir, ojo, no la manera de superar lo perdido, pues aquello que se amó me atrevo a decir que siempre ocupará un lugar en nuestra historia, sino de vivir aun a pesar de que ya no está.
Psicólogo Clínico y docente universitario. Terapeuta con más de 10 años de experiencia.
Enfoque humanista existencial.
Cofundador Fundación Psicólogos Unidos